jueves, 8 de noviembre de 2018

Momentos de la vida cotidiana. La doctora de bata blanca


MOMENTOS DE LA VIDA COTIDIANA

La doctora de bata blanca

Hilo conductor hacia la muerte

Hace ya casi un año que estuve al límite de mi existencia. Yacía tumbada en el suelo, al sentir como se me escapaba la vida me aferré a un puñado de tierra, apreté mi mano, fuerte, muy fuerte para sentir mi último momento de consciencia, esa milésima de segundo que separa la frágil línea de la vida y la muerte. Empaparme de la esencia de aquel polvo de arena, húmeda pero caliente, pegajosa pero imprescindible para acunarme hacía una muerte dulce y tranquila sin dejar de acompañarme de mis pensamientos, emociones y vagas sensaciones, era mi último reto, se me antojó que sería el único instante que me podría llevar con mi muerte precoz hacia ese lado de la nada.
A los pocos días de esa experiencia al borde de la existencia, recibí la noticia de la enfermedad imparable de mi padre.
En frente de la cama de un hospital lo miraba apacible, a su lado la doctora de bata blanca conversaba con el paciente serenando su angustia con palabras cálidas y mirada cautivadora. Quise saber cuales serían sus sentimientos ante la enfermedad, el desasosiego y el olor a “nada” que impregnaba cada rincón de aquella habitación, la observaba en silencio espectadora a la distancia de sus pensamientos, movimientos y gestos serenos, acunando al enfermo como días atrás lo hizo la arena con mi cuerpo. ¿Sentiría mi padre tal acúmulo de sensaciones?.  ¿Se habría aferrado a las frías y gruesas sábanas de hospital?. ¿Sería consciente que su última inquietud desembocaría en la muerte?. ¿Dónde se encontraba su momento de consciencia?. Quizás no era tan “bueno” aquel tratamiento de buen morir, pensé, tal vez acabar con todo sería lo más correcto, porque lo único que te une a ese hilo frágil y discontinuo eres tu mismo y la fuerte sedación impedía que ese hilo fuese conductor hacia ningún sitio.
Le planteé mi inquietud a la doctora de bata blanca, tal vez con palabras poco certeras ya que me percaté que su mirada serena se volvió hostil y distante hacia mi persona, quizás si lo hubiera hecho a través de mi percepción escritora las cosas hubieran sido bien diferentes, hasta el punto de explicarle que yo había estado hacía muy poco en ese mismo borde y no quería que mi padre se fuera solo, sin vivir y llevarse con él ese momento aferrado en la tierra.
Después de días de reflexión comprendí que el acompañamiento, el trato dulce, la mirada cálida, la quietud y humildad, la esencia de aquella doctora de bata blanca, que le dio a mi padre en su camino hacia la muerte dulce y tranquila, fue lo mismo que me regaló a mi aquella arena húmeda, cálida y pegajosa y ese momento de consciencia al que yo me aferré, el lo encontró con el amor incondicional y la vocación a la medicina de aquella mujer con bata blanca luchadora implacable de los caminos de la muerte.
Y entonces pensé, cuando nuevamente vuelva a llamar a mi puerta “el misterio de la nada” me gustaría que me acogiera en su lecho  la  doctora de bata blanca y dejar desterrada en la soledad a la arena pegajosa como mi lejana y sola compañía.

Momentos de la vida cotidiana

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