MOMENTOS DE LA VIDA COTIDIANA
La doctora de bata blanca
Hilo conductor hacia la muerte
Hace ya casi un año que estuve al
límite de mi existencia. Yacía tumbada en el suelo, al sentir como se me
escapaba la vida me aferré a un puñado de tierra, apreté mi mano, fuerte, muy
fuerte para sentir mi último momento de consciencia, esa milésima de segundo
que separa la frágil línea de la vida y la muerte. Empaparme de la esencia de
aquel polvo de arena, húmeda pero caliente, pegajosa pero imprescindible para
acunarme hacía una muerte dulce y tranquila sin dejar de acompañarme de mis
pensamientos, emociones y vagas sensaciones, era mi último reto, se me antojó
que sería el único instante que me podría llevar con mi muerte precoz hacia ese
lado de la nada.
A los pocos
días de esa experiencia al borde de la existencia, recibí la noticia de la
enfermedad imparable de mi padre.
En frente de
la cama de un hospital lo miraba apacible, a su lado la doctora de bata blanca conversaba
con el paciente serenando su angustia con palabras cálidas y mirada
cautivadora. Quise saber cuales serían sus sentimientos ante la enfermedad, el
desasosiego y el olor a “nada” que impregnaba cada rincón de aquella
habitación, la observaba en silencio espectadora a la distancia de sus
pensamientos, movimientos y gestos serenos, acunando al enfermo como días atrás
lo hizo la arena con mi cuerpo. ¿Sentiría mi padre tal acúmulo de
sensaciones?. ¿Se habría aferrado a las
frías y gruesas sábanas de hospital?. ¿Sería consciente que su última inquietud
desembocaría en la muerte?. ¿Dónde se encontraba su momento de consciencia?.
Quizás no era tan “bueno” aquel tratamiento de buen morir, pensé, tal vez
acabar con todo sería lo más correcto, porque lo único que te une a ese hilo frágil
y discontinuo eres tu mismo y la fuerte sedación impedía que ese hilo fuese
conductor hacia ningún sitio.
Le planteé mi
inquietud a la doctora de bata blanca, tal vez con palabras poco certeras ya
que me percaté que su mirada serena se volvió hostil y distante hacia mi
persona, quizás si lo hubiera hecho a través de mi percepción escritora las
cosas hubieran sido bien diferentes, hasta el punto de explicarle que yo había
estado hacía muy poco en ese mismo borde y no quería que mi padre se fuera
solo, sin vivir y llevarse con él ese momento aferrado en la tierra.
Después de
días de reflexión comprendí que el acompañamiento, el trato dulce, la mirada
cálida, la quietud y humildad, la esencia de aquella doctora de bata blanca,
que le dio a mi padre en su camino hacia la muerte dulce y tranquila, fue lo
mismo que me regaló a mi aquella arena húmeda, cálida y pegajosa y ese momento
de consciencia al que yo me aferré, el lo encontró con el amor incondicional y
la vocación a la medicina de aquella mujer con bata blanca luchadora implacable
de los caminos de la muerte.
Y entonces
pensé, cuando nuevamente vuelva a llamar a mi puerta “el misterio de la nada”
me gustaría que me acogiera en su lecho la doctora de bata blanca y
dejar desterrada en la soledad a la arena pegajosa como mi lejana y sola
compañía.
Momentos de
la vida cotidiana
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