Me encuentro en un rincón que no es ajeno a mi existencia y sus paredes me acogieron en momentos de reflexión profunda. No es mi refugio de aristas torcidas, pero de igual manera conocen las fortunas que me ofreció el amor y todos los infortunios, tristezas y llantos.
El amor, bellísima palabra que la mayoría no entiende, algunos anhelan y otros temen.
El amor... sensación extravagante que nos hace enloquecer, nos deja, sordas, ciegas, mudas, autómatas caminando sin sentido enredadas en abismos deshabitados.
Si el amor... ese que aparece sin avisar y se deja ver en la persona que menos esperas, porque el amor no entiende de edades, ni de géneros, ni de clases sociales... y es que el amor no tiene límites, los límites los inventamos los seres humanos para no sentir el dolor de su pérdida, o quizás por falta de entendimiento de la felicidad o simplemente, para ocultar su grandeza a todos aquellos que se niegan a entender la dirección de esa energía errante.
Pensar en el amor me produce una alegría inmensa, llanto descontrolado, felicidad, desaliento, pasión y sin querer esas miradas profundas que en algún momento me cautivaron vuelven a formar parte de mi, junto a caricias que mi piel tiene tatuadas y besos que mi boca se niega a olvidar.
El amor está en cada una de esas amantes con las que compartí sabanas blancas, aquellas que simplemente cruzaron miradas profundas en mi caminar vagabundo por el mundo, las que se atrevieron a acurrucar mi alma blanca, o las que me dejaron impregnadas de su esencia en cada una de las partículas más minusculas de mi ser.
El amor...
es un gran tema y es algo que siempre tenemos que llevar presentes
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