Hoy me he despertado nuevamente
temprano, el inconsciente me ha delatado con una pesadilla que no he querido ni
atrapar, ni analizar para no lamentarme después de mi incomprensión hacia todo
aquello a lo que no puedo dar sentido.
Nuevamente me encuentro en mi
rincón, hacía años que no estaba rodeada de mi cálida madera de cerezo, mis
libros viejos, fotografías de viajes y palabras, palabras desperdigadas en
papeles de colores para recordarme que alguna vez lo vivido fue una linda
realidad creada y no un mero sueño que
pasó de puntillas en mi existencia, el olor a incienso de esos pegajosos que
probablemente traje de mi viaje a Bangladesh, de fondo Piano Sonata número 2 in
B flat minor de Frédéric Chopin, dulce, melancólico, austero, como el día.
Afuera llueve con tanta intensidad que me da la sensación que esté fenómeno no
se hubiera producido nunca y el agua anhela nutrir el espeso pasto y acariciar
las hojas de los verdes y frondosos árboles. El olor a humedad me hace retroceder
a mi infancia, a mi soledad incomprendida, a mis sueños infantiles sin sentido
para la mayor parte de los adultos. Los rayos tiñen de blanco el negro cielo,
oscuridad infinita en pleno día.
Siempre fui considerada una niña
diferente, de muy corta edad exponía y defendía mi postura hacia el mundo, el
dolor del más débil ya causaba mella en mi alma ocasionándome gran frustración,
sobre todo al intentar buscar respuesta en los adultos y encontrarme con
contestaciones ignorantes, vacías, frías y superficiales, tal cual veía el
entorno que me rodeaba. Quizás fuera esa la razón por la que creé un mundo
imaginario, ajeno a sus verdades, tal vez mis chiquilladas también estuvieran
relacionadas, las trastadas eran el mayor de mis entretenimientos para perderme
en los intentos nuevamente, de explicación de aquellos que debían educarme.
Por suerte para mi apareció
alguien especial en el camino Don Nicolás, un hombre bajito, con cara de
bonachón, siempre con una sonrisa en los labios y una mirada tan absolutamente
tierna que era capaz de llenar todos los espacios de su alrededor fueran
grandes, pequeños, fríos, cálidos, oscuros. Lo recuerdo con gran nitidez, su
sombrero de hala ancha, su camisa blanca, sus pantalones con tirantes, zapatos
lustrados, su maletín de cuero roído y su abrigo color café hasta las rodillas.
Yo lo esperaba en su despacho ansiosa para la conversación rutinaria. La
mayoría de las veces llegaba empapado, cerraba su paraguas con delicadeza y
tranquilidad, colocaba suavemente su abrigo en un colgador de madera oscura que
estaba junto a su mesa antigua, su silla giratoria de esas que ya no se estilan y su máquina de escribir alemana, negra, en perfecto estado, como
recién comprada.
Me recuerdo sentada en una silla,
los pies me colgaban balanceándolos de arriba abajo, nerviosa esperando su
regalo como cada día que nuestra reunión sucedía, un trozo de chocolate negro,
amargo, con un sabor exquisito para el paladar. Ese día, mi madre me había
puesto un vestido de flores, alegre y divertido, con una decoración en el pecho
un tanto especial que junto a los lazos de los tirantes, el recogido de mi pelo
entre pelirrojo, rubio y castaño, mis calcetines de ganchillo con una
terminación de ositos y mis ojos azules vivarachos, me daba un aire infantil e
inocente.
Sentada en frente de tanta sabiduría me sentía un pequeño ser insignificante pero vivo por dentro y con tantas ansias de aprender que las horas se convertían para mí en segundos y todo a mi alrededor era una historia mágica que me colocaba en los confines de mi diminuto universo.Después de ese largo pasar de los años nuevamente la vida se ha dignado a regalarme a un nuevo personaje de la vida cotidiana, una nueva mesa, palabras sabias y mágicas de una persona que apostó por el cuidado y la sanación a través de su oratoria, una nueva oportunidad más para aprender y devorar sobre los entresijos de la Humanidad, las relaciones sociales y de sus infinitas y maravillosas imperfecciones y entonces pensé:
Aunque la soledad y la incomprensión se apoderen por instantes de mi persona, ciertamente me tengo que considerar una persona privilegiada por tener la oportunidad demostrar mi fragilidad, caminar, caerme y levantarme sin ser juzgada gracias a esos personajes de la vida cotidiana que van creándose al azar en mi andar por el mundo.
Ese ha sido hoy mi Momento de la vida cotidiana
Hermoso amiga , un beso
ResponderEliminarGracias 😊😍😍
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