De todas estas acepciones, hay unas que parecen referirse al carácter: son todas aquellas que califican el genio de la persona bondadosa (blandura y apacibilidad, mansedumbre, dulce y agradable en la condición y el trato, de buen temple y tranquilo) y otra, que es la que me parece más ajustada, que es la que alude a la natural inclinación a hacer el bien.
No niego, en modo alguno, que en el lenguaje coloquial decir de alguien que es una persona bondadosa no sea entendido como una referencia a su carácter. Y tampoco discuto que existe en la ciudadanía una asimilación entre “bondad” y “blandura o apacibilidad”. Lo que quiero destacar es que la bondad tiene otro aspecto mucho más importante que alude a una cualidad del espíritu y no tanto a una característica del carácter. Ser bueno seguramente cuesta porque, como escribió Simone de Beauvoir “la naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”. Y es que educar nuestro espíritu hasta que adquiera la disposición natural para hacer el bien es difícil cuando lo tentador es precisamente optar por el mal, que suele ser más mundano y divertido.
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