La Red de Sanadoras Tzk’at de Guatemala trabaja desde la sabiduría maya en alternativas de apoyo a mujeres defensoras de los derechos humanos, muy expuestas a la violencia sociopolítica y sexual en sus territorios
Lorena Cabnal no puede decir donde se encuentra. Lleva ya más de 15 años siendo acompañada por Brigadas Internacionales de Paz, una organización que protege a defensores y defensoras de derechos humanos. Viene de una historia muy dura. Su infancia estuvo marcada por la violencia vivida como niña indígena maya q’eqchi’, su familia sufrió la inmigración forzada y el empobrecimiento. Conoció el racismo, la discriminación y el hambre. Todo un cúmulo de violencias duramente soportables y que dejaron heridas muy difíciles de cicatrizar.
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En este Día Internacional de las mujeres defensoras de Derechos Humanos (29 de noviembre), conviene recordar el último informe de la organización Front Line Defenders que afirma que un 13% de las 304 personas defensoras de derechos humanos asesinadas en el mundo en 2019 eran mujeres. Pero perder la vida es solo la punta del iceberg de otras múltiples violaciones, amenazas y riesgos que sufren las mujeres que defienden derechos. América Latina continúa siendo la región donde más se exponen. Allí, ser activista mujer e indígena aumenta significativamente estos riesgos.
Pese a toda esa violencia, Cabnal creyó que, con el despertar de la conciencia, merecía la pena sanar. Con esa idea cofundó hace seis años la Red de Sanadoras ancestrales TzK’at, herederas de la sabiduría maya. Lo hizo en un contexto de riesgo político para mujeres mayas y xincas que venían de experiencias de defensa territorial, que se oponían a las licencias mineras, a la tala de bosques, a la presencia de hidroeléctricas o de cementeras. “Llega un momento en la historia de la lucha y la resistencia, que aumenta la situación de vulnerabilidad de las mujeres indígenas defensoras. Tenemos que salir de nuestros territorios por riesgos, ataques y amenazas”, recuerda a través de videollamada Cabnal, que también tuvo que dejar su territorio, enfrentada a una gran cementera propiedad de una de las familias oligárquicas de Guatemala.
Cuando se implanta un megaproyecto en un territorio es como si te penetran el cuerpo en una violación sexual. Así lo sentimos nosotrasCHAIM, INTEGRANTE DE LA RED DE SANADORAS TZK’AT
Las comunidades indígenas siempre denunciaron que el modelo extractivista lleva aparejada la conflictividad social y el empobrecimiento, pero poco se sabe de ese profundo dolor que sienten y que va mucho más allá de los impactos medioambientales. La red de Sanadoras lo ha experimentado de primera mano. “Cuando se implanta un megaproyecto en un territorio es como si te penetran el cuerpo en una violación sexual. Así lo sentimos nosotras”, afirma Chaim, integrante de La Red. “Si un río está ocupado por un proyecto, ya no podemos vitalizar con él, no podemos bañarnos o beber de sus aguas contaminadas. Además, corremos el riesgo de ser abusadas sexualmente por los trabajadores de la empresa”. Chaim cree que los cuerpos de las comunidades no importan: las empresas pasan por encima de su integridad física, emocional, sexual y espiritual. Y acaban con la vida y el tejido social.
Las comunidades indígenas siempre denunciaron que el modelo extractivista lleva aparejada la conflictividad social y el empobrecimiento, pero poco se sabe de ese profundo dolor que sienten y que va mucho más allá de los impactos medioambientales
La Red de Sanadoras entiende la sanación como un acto político de resistencia y permanencia en el territorio. Y no conciben, dicen, que la lucha de sus pueblos contra el despojo de sus territorios esté separada de la lucha contra la violencia machista que abunda en ellos. “Las amenazas vienen también porque hay toda una lucha contra el machismo indígena. Aquí, el ser mujer contestataría en contra de toda forma de violencia contra las niñas y las mujeres en los mismos espacios de resistencia nos pone en desventaja política”, señala Cabnal. La defensora describe estas dinámicas en el marco de una historia de desplazamiento político-territorial en contexto neoliberal.
El feminismo comunitario territorial
Es a través del que ellas llaman feminismo comunitario territorial que la Red de Sanadoras interpela al patriarcado machista ancestral. Y concibe la recuperación del territorio-cuerpo como un paso indisociable de la defensa del territorio-tierra, el cual está dañado por un modelo de desarrollo extractivista impulsado por empresas transnacionales y por el propio Estado guatemalteco. Todos ellos responsables de minar las vidas y los cuerpos de las mujeres. “No podemos defender solo la tierra si no defendemos nuestros cuerpos. Un megaproyecto implica acabar con la vida de una manera integral. Por ello, nuestra sanación debe ser también integral”, matiza Chaim.
“Lo llamamos territorial porque estamos en el territorio, donde hay otra visión, otra forma de vivir diferente a otros lugares”, destaca Telma Pérez, también integrante de la Red. La defensora recuerda cómo se rebeló por primera vez a los nueve años, cuando su papá gritó a su mamá. Desde ahí, se define como feminista comunitaria territorial, tomando la palabra en las asambleas y denunciando la naturalización de la violencia sistemática hacia las niñas y las mujeres. “El feminismo comunitario es traer la conciencia de la autonomía de las mujeres y de poder ver que hemos sido mercantilizadas”.
En Guatemala, el riesgo para las mujeres defensoras está siempre muy latente: “Las mujeres salimos al mercado y no sabemos si vamos a regresar con vida. Pero también está el riesgo hacia las que estamos en una organización comunitaria, dentro de un pueblo donde también existe el machismo”. Chaim lo define como una triple dimensión de criminalización: mujer, defensora de los derechos humanos y parte de un entorno patriarcal y machista.
Las mujeres que acuden y participan en la Red de Sanadoras se convocan así a partir de las violencias vividas en sus territorios, pero también de sus propias historias personales. Es un proceso que empieza por escuchar el sentir de las mujeres, para seguir con los baños de plantas que desbloquean las toxinas generadas por las emociones. Durante la ceremonia, las sanadoras llaman a las ancestras, interactuando con las asistentes para conocer por qué están ahí y quiénes tienen las necesidades más concretas. “Me van a disculpar la palabra, pero entre las jodidas, todavía hay otras más jodidas, a las que se les hace un acompañamiento más personal dentro de lo colectivo”, narra una de ellas. Para Pérez es normal que un día a las tres de la mañana su teléfono esté colapsado de llamadas y mensajes de compañeras que necesitan ser acompañadas.
Este proceso de sanación parte de la cosmovisión de las mujeres originarias. Para Chaim es importante destacar que no es un momento de bienestar y de relajación, sino un despertar de la conciencia a través de un proceso viable y sostenible, que fortalezca emocionalmente y se adecue a los saberes y creencias del territorio. “No creemos que haya una persona iluminada que viene a despertar la conciencia o que nosotras como tales lo vayamos a hacer. Partimos desde los duelos y lutos políticos de las compañeras asesinadas, desaparecidas o torturadas. Y observamos cómo las dinámicas de la lucha por la defensa de la tierra y el territorio afectan a nuestros cuerpos”, cuenta. Y es que, para ellas, la lucha ha sido, y sigue siendo, la única opción de supervivencia que han tenido. “Ya no queremos más duelos políticos. No queremos tener fotos de más Berta Cáceres en nuestra pared”.
“Tú soy yo y yo soy tú”
En la actualidad, la Red de Sanadoras está compuesta por siete integrantes activas que se encuentran en diferentes lugares del territorio. Ninguna puede visibilizar su paradero por el riesgo que conlleva, y algunas de ellas tuvieron que salir al exilio como refugiadas políticas. En la red hay sobadoras, hueseras, comadronas ancestrales o yerberas y su principal consigna se basa en una relación de reciprocidad para la vida: “Tú soy yo y yo soy tú”.
No se sienten identificadas con la etiqueta “organización”. Son una red de mujeres que comparten saberes. “Eso nos hace saber cómo acuerpar y abordar los procesos para la recuperación física, emocional, espiritual, territorial y política de mujeres indígenas que están viviendo los riesgos de ataques y amenazas. Cuando abordamos casos de violencia sexual, lo hacen mujeres que han vivido la violencia sexual porque sabemos en qué código estamos dialogando”, explica Cabnal.
El acuerpamiento es entendido como un apoyo mutuo, físico y espiritual, integrado en un proceso sanador. Un acto donde se pone “literalmente” el cuerpo, y todos los sentires que atraviesan la corporalidad de lo que han vivido y lo que sienten en ese momento, explican.
La sanación en tiempos de pandemia
La sanación es un trabajo presencial que ha tenido que adaptarse a los tiempos de la covid-19, donde la mayor parte de los procesos curativos ahora se realizan mediante videollamadas, usando sistemas de seguridad fuertes para proteger su localización.
“Hemos tenido la astucia y la posibilidad de estar con organizaciones para poder cubrir unos gastos mínimos de comunicación y hacer acuerpamientos virtuales y así abrazarnos en la distancia”, explica Cabnal. Abrir la sanación de manera virtual les ha abierto también la posibilidad de poder estar en otros territorios de otros países y continentes, asegura. Y concluye: “Hemos aprovechado los efectos de la pandemia para despertar la memoria sanadora de los pueblos y así fortalecer las formas autóctonas de la medicina maya y de aquellas comunidades con diferentes saberes de curación”.
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