Benvenuta y Rilke
DE BENVENUTA A RILKE
1913-1914 - Por la noche
Al atardecer he soñado que estaba sentada al piano y de repente llegaba a los sonidos un resplandor especial que jamás habían tenido. Y mientras me entregaba asombrada a esta desconocida sensación, he sentido tu presencia. ¿Era necesario volverse hacia la puerta por la que habías entrado? No, es que tú estabas allí, podía sentirlo; y tus ojos abarcaban en su mirada todo el resplandor y la penumbra, todo el sonido y toda la alegría, pero en mi interior había una profunda dicha exenta de todo deseo de descansar en ellos. Así se acaba este día. ¿Lo has sentido en tu habitación solitaria a la luz de la lámpara de pantalla verde? Tengo ante mí tu pequeño retrato. ¡Buenas noches!
El día 16 por la tarde
… Rainer, ¡qué emoción, qué emoción tan profunda… las navidades de esta tarde silenciosa, Hermano, amigo entrañable! ¿Represento tanto para ti? ¿Supera mi valor todo lo que es esencial hasta tal punto que has celebrado las navidades con unas pocas hojas, con un retrato mío? ¿Sabes qué me das con eso?
Por primera vez en mi vida un regalo, más aún, un verdadero regalo del cielo que no le hace perder a uno la libertad. Hasta ahora todo lo que he recibido de las personas comportaba (a pesar de la profunda cordialidad que siento hacia algunas) la obligación de dar las gracias, y aunque la gratitud se expresaba y era recibida con alegría, había en todo ello algo así como un sentido de la responsabilidad: había que asegurarse de que fuera lo suficientemente fuerte y convincente en su ropaje de palabras.
Pero ahora estás tú y te doy las gracias como al cielo primaveral, como a una rama llena de frutos dorados, como al resplandor de una extensa superficie acuática por la mañana, como a la belleza de las cumbres resplandecientes por la nieve a la luz del crepúsculo.
Querido Rainer…, me has hecho muy feliz.
DE RILKE A BENVENUTA
El día 18 por la mañana.
Tus dos cartas y la tarjeta del día dieciséis…, ahora nacen unos celos completamente nuevos, no entre este pliego y la hoja de trabajo, no, unos celos desenvueltos en los que, con toda seguridad, todavía nadie ha pensado. Imagínate, unos celos entre la carta diaria que tengo en el cajón y que va creciendo poco a poco, y esta página adicional a través de la cual salgo rápidamente sólo para decirte: Amor, amor, amor… ¿Acaso ha existido alguien que supiera decir cuántas maravillas hay en el mundo, no sólo en este o aquel lugar, no sólo en alguna meta, no sólo frente a nuestras manos…, sino en nuestro interior, en cada una de las células de nuestro ser? Y cuando de súbito estamos seguros de su omnipresencia, mira, entonces deja de ser algo extraordinario para convertirse en aquello que aúna lo sagrado y lo natural…, en la ley sin la cual no existiríamos.
Tienes flores, muchas flores. ¡Qué bien que hayas descrito el ambiente de tu mesa a la hora del desayuno! (Así la he visto y la he sentido como algo vivo, y esto me ha hecho un gran bien en mi aflicción. No hay nada menos misterioso que la relación existente entre los elementos del desayuno que uno mismo se prepara, uno jamás debería sabe cómo se produce). Sí, tus tulipanes amarillos, alma querida. Anhelaba de verdad saber si tienes flores y, lo confieso, he estado a punto de mandarte flores a través de Franziska Bruck para cuando llegaras a Grunewald. No me lo permití por varias razones, pero sobre todo me dije: Y ¿qué hay, al fin y al cabo, de mi persona en estas rosas, aun cuando insista todo lo que quiera a la buena Franziska B. para que sean precisamente estas y aquellas? Las tendrá o no las tendrá, y al fin de cuentas lo hará en representación mía, pero en el fondo siguiendo los dictados de su ambición, de su empeño y de su curiosidad. ¿Y estas serán mis rosas? Y ¿acaso no es esto un jardín que florece para ti, alma incomprensible? ¿No son flores tuyas todo esto que te escribo? ¿Acaso hay alguna que no hayas hechos crecer tú con el sol de su corazón? ¿Y no estás llamando y llamando con tu voz radiante aún muchas más, pero resulta que mi terreno es demasiado pequeño? Un botánico tendría muchas dificultades, pues todas ellas llevan tu nombre. ¿Cómo iba a orientarse? Son como las estrellas del cielo, que tienen, en realidad, el nombre inexpresable del cielo y no el que nosotros les damos.
Ginebra… ¡Dios mío, Magda, nunca había visto mi maleta de esta manera! Acabo de echarle un vistazo y al penetrar en mis ojos a través de la cortina me ha parecido más vacía que nunca, pero deseando llenarse al instante, de manera que ahora tengo que sujetarla bien, de lo contrario un buen día se marchará sola a Ginebra, vacía, con la manta de viaje que hay encima. Alma querida, ¿es posible? Mientras tanto, mi carta, una de mis cartas, no sé cuál, te habría dado ya la respuesta, y además estoy seguro de que la sientes. ¡Oh, siéntela! Y es magnífico que sea una unidad en la que nunca he estado. Primero me gustaría estar contigo solo en lugares nuevos para mí, tan nuevos y resplandecientes como todo esto, hasta que también los antiguos entren poco a poco a formar parte de nuestras delicias, de las nuestras como si resucitaran, sin volver la vista atrás.
Rainer María
Pon toda tu alma en lo que haces, en lo que te llena, alma querida, no creas que has de contestar a cada una de mis cartas, tu presencia, es lo que importa, limítate a estar presente.
También yo he recibido una oferta de la dirección de conciertos Hermann Wolff para realizar una lectura en 1914-1915 en algún lugar de Viena. Por desgracia Varsovia todavía nunca me ha llamado (la he visto sólo desde el coche y después de una inacabable noche de viaje; la atravesé temprano por la mañana yendo de una estación a otra, con la perspectiva de un inacabable día de viaje y de otra noche en la que iba a internarme en Rusia. Verhaeren ha llegado hace poco de Varsovia y ha contado cosas muy bonitas, pero como también ha estado en Moscú y en San Petersburgo, le ha quedado, como es natural, un recuerdo mucho más intensos que estas ciudades, sobre todo de Moscú). Por lo que respecta a la oferta vienesa, voy a rechazarla, pues, para empezar, no tengo ganas de volver a leer en público, excepto si se trata de un tema sobre el que realmente tuviera algo que decir a la gente. Y en segundo lugar, si volviera a Vina, no podría privar a mi viejo devoto Hugo Keller de su agradable concepto del mundo leyendo en otro lugar que no fuera su casa. Fui yo quien leyó en su primera velada, hace años.
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