domingo, 26 de noviembre de 2023

Panóptico: los edificios que son cámaras de vigilancia.

Revista
Yorokobu

5 de abril 2015 / BUSINESS
por Pedro Torrijos
 
Panóptico: los edificios que son cámaras de vigilancia.

«-¿Pero el Gran Hermano existe?- preguntó Winston Smith.
-Por supuesto que existe.
-¿Existe como tú y como yo?
-Tú no existes».
George Orwell. 1984.
Una de las principales señales de la inteligencia es la sensación de control. No, no me refiero a que las personas inteligentes tengan más control sobre sí mismas o a que sean más controladoras del entorno que las rodea; me refiero a la propia inteligencia que nos define y nos separa del resto del reino animal. La autoconsciencia, que es la constatación de nuestra propia existencia, no deja de ser un primer mecanismo de control: controlamos lo que hacemos sin dejarnos llevar por el instinto.
En realidad, desde que existe la civilización, hemos generado artefactos de control, tanto psicológicos como puramente físicos. Si, de alguna manera, la inteligencia se define por la capacidad de proyectar, de predecir el desenlace de los acontecimientos, es lógico que el ser humano planee y construya mecanismos que le permitan anticipar los resultados antes de que se produzcan. Construimos carreteras para controlar el lugar en el que circulan los caballos, los carruajes y los automóviles. Construimos puertos para controlar dónde amarran los botes y los barcos. Construimos puertas para controlar por dónde se entra y se sale y construimos ventanas para controlar por dónde entra el sol y por dónde nos asomamos a la calle. Construimos calles para controlar por dónde caminamos y construimos carriles-bici para controlar por dónde vamos en bici y construimos pistas de atletismo para controlar por dónde corremos.
Consideramos que el control es lo único que nos separa del caos.

Y en cierto modo tenemos razón. Controlar nos relaja, nos tranquiliza. Queremos que todo salga según el plan, que todo salga bien y tenerlo todo bajo control. El problema surge cuando necesitamos tenerlo todo bajo control. Entonces la tranquilidad se convierte en angustia. Porque intentamos controlar cosas que no pueden ser controladas: el tiempo atmosférico, las catástrofes naturales o a las demás personas. Desde el tiempo de la última conexión del chat de Facebook o el doble check del Whatsapp hasta los anchos de las avenidas.
Porque el ancho de las calles de nuestras ciudades también acaba siendo un mecanismo de control. El ejemplo más paradigmático es el del Plan Haussmann de París. Llevado a cabo a mediados del XIX por Napoleón III y el barón Haussmann, el plan urbanístico de la capital francesa consistió esencialmente en el derribo de edificios, manzanas y hasta barrios enteros para sustituir las laberínticas callejuelas que coagulaban su trazado por avenidas rectas y amplios bulevares.

El nuevo trazado parisino mejoraba las condiciones de iluminación y salubridad de las zonas afectadas, pero también, y quizá más importante, permitía un control más eficaz de las posibles revueltas y manifestaciones ciudadanas. Porque las avenidas y los bulevares son anchos y arbolados, pero también están libres de cualquier obstáculo visual y, a menudo, confluyen en un único punto. En una plaza o en una rotonda, facilitando la vigilancia de kilómetros urbanos desde una misma posición. Así, el tridente barroco –epítome de un tipo de urbanismo arraigado en Francia- se convertía en mecanismo policial para el control de la población ante hipotéticos desmanes.

Con todo, la manifestación por antonomasia de la arquitectura del control son, lógicamente, las prisiones. Al contrario que en el resto de la disciplina, donde el control se manifiesta de manera secundaria o transversal, la arquitectura carcelaria se define por la necesidad de la vigilancia de los presos. Las cárceles son la autoridad y la observación construidas. Son espacios para el control. Y el caso más evidente de espacio definido por su necesidad de control es el panóptico.
Ideado a finales del siglo XVIII por el filósofo británico Jeremy Bentham, el panóptico es un tipo de diseño carcelario circular que subvierte el concepto del coliseo o la plaza de toros. Si en el coliseo los espectadores pueden ver cómodamente el ruedo desde cualquier punto de la grada, en el panóptico las celdas se colocan alrededor de una torre central. Así, el guardián guarnecido en su garita puede observar a todos –a todos- los presos de un solo vistazo.

Lo verdaderamente relevante de la arquitectura panóptica no es solo la eficacia utilitaria de su mecanismo arquitectónico, sino la distorsión psicológica que ejerce. Porque los reos no tienen constancia factual de si el guardia les está vigilando en ese preciso instante, pero saben con absoluta certeza que están siendo observados en todo momento. A este fenómeno se le llama «dictadura de la mirada».

La palabra panóptico significa etimológicamente «que todo lo ve», y procede del griego panoptes que servía para nombrar a Argos Panoptes, el monstruo de los cien ojos. Así, las cárceles panópticas crecieron como monstruos que conquistarían el mundo. Desde Lancaster en Inglaterra hasta Pittsburgh en Estados Unidos o Sidney en Australia, desde Canadá hasta Sudáfrica pasando por Hungría, Vietnam, México, Cuba, Polonia o España. Las prisiones panópticas se convirtieron en ejemplo de arquitectura carcelaria hasta el punto de que se terminaron llamando «cárceles modelo». Sí, como la Modelo de Barcelona, la Modelo de Madrid o el Presidio Modelo de la Isla Juventud en Cuba.

Con el avance tecnológico y la aparición de las cámaras de vigilancia y los circuitos cerrados de televisión, el panóptico arquitectónico perdió vigencia y acabó desapareciendo. Sin embargo, la filosofía sobre la que se construye el concepto sigue teniendo plena validez. Lo dijo Michel Foucault en su libro de 1975 Vigilar y castigar: «El panóptico no debe ser entendido como un sueño construido: es el diagrama de un mecanismo de poder reducido a su forma ideal». Y el mecanismo de poder permanece aunque su forma ideal haya mutado con la tecnología. No hay más que echar un vistazo a las cámaras que pueblan nuestras calles, a los datos que alimentan la publicidad personalizada en internet o a la fecha y la hora de nuestra última conexión al Whatsapp.



sábado, 11 de noviembre de 2023

Blog ¿SER CONSCIENTES? ALTAS CAPACIDADES, DE LA IDENTIFICACIÓN A LA DESIDENTIFICACIÓN ¿O PREFERIMOS EL LADO OSCURO?



La Belle Société de René Magritte

La Belle Société de René Magritte (1965-66)

En los últimos tiempos se habla bastante de las altas capacidades intelectuales (ACI o AACC), un término que parece haber sustituido a lo que tradicionalmente se ha llamado superdotación intelectual (giftedness en inglés). En este escrito usaré ACI o superdotación indistintamente. 

El “diagnosticar” ACI requiere la evaluación por un experto en el tema, tanto cualitativa, como cuantitativamente (aunque a veces ni los expertos se pongan totalmente de acuerdo en lo que son estas capacidades exactamente). 

La cantidad de personas que hablamos sobre ACI y que “salimos del armario” de las ACI vamos en aumento. Parece que es importante hablar del tema para irlo normalizando. En general, está claro que esta identificación ha sido parte de un proceso importante para una mejor autocomprensión y para dotar de un mayor sentido a ciertas experiencias de nuestra biografía. Por ejemplo, lo que antes del “diagnóstico” de ACI se vivía como una serie de rarezas personales, puede acabar comprendiéndose en el marco de un concepto en el que adquieren un mayor sentido. 

Suele generar un gran alivio el entender que ciertas rarezas o inquietudes, e incluso algunos problemas con el mundo, se explican desde un funcionamiento mental relacionado con tener altas capacidades intelectuales. Desde esta comprensión muchos dan sentido a ciertos aspectos de sí mismos que han podido resultar raros para otros: como el tener grandes inquietudes intelectuales y avidez por el aprendizaje, un alto sentido crítico, una gran diversidad de intereses que se ven interrelacionados, una especial facilidad para el estudio, una energía mayor de lo normal para lo que a uno le interesa, además experimentarse la realidad con ciertas sensibilidades e intensidades que sobrepasan los márgenes de lo habitual, entre otras características. 

Según he podido comprobar en mí misma, y en otras personas que hemos sido detectadas con altas capacidades en la vida adulta, el encontrarnos con ese “diagnóstico" de ACI o superdotación, ayuda integrar una parte de nuestras características personales, aporta un mayor grado de autocomprensión y, en cierta medida, favorece un mayor nivel de autoconocimiento. No obstante, considero preciso señalar que este sería un autoconocimiento parcial si nos quedamos con la impresión de que esa etiqueta de ACI explica todo lo que somos y orienta absolutamente el sentido de nuestras vidas. El autoconocimiento implica una serie de procesos complejos de autoindagación personal que ha de tener en consideración diferentes dimensiones de la persona (pensamientos, emociones, sentimientos, motivaciones, fortalezas, virtudes, defectos, inquietudes, sensibilidad, sesgos cognitivos, reacciones en las relaciones interpersonales, inseguridades, traumas y heridas emocionales, etc.). En el proceso de autoconocimiento vamos descubriendo progresivamente diferentes elementos internos que además van experimentando cambios a lo largo del tiempo. Por lo tanto, el conocernos es dinámico y requiere el desarrollo de una cierta capacidad de metacognición (que consiste en mirarnos más allá de nuestros procesos mentales o emocionales, autodistanciándonos de lo que creemos que somos, para percibir qué nos sucede y cuál es la raíz de nuestros fenómenos internos).

El “diagnóstico” de superdotación (sea en la infancia o en la vida adulta) nos permite conocer mejor algo de nosotros, pero también implica el riesgo de identificarnos excesivamente con esta etiqueta, creyendo que eso de la capacidad es lo que uno ES. En quienes han sido detectados de adultos me encuentro muchas veces con que muchos se quedan con la sensación de que la identificación de sus capacidades ya les aporta una idea clara acerca de quienes son. Se sienten aliviados porque ya saben qué SON gracias a esa etiqueta. Lo que en parte es comprensible, pero también puede dejarles fijados ahí, en la impresión de que su identificación como personas superdotadas es su identidad fundamental, cuando en realidad es solo uno de los factores de sí mismos. Creo que la mera comprensión de la superdotación no nos va a decir todo acerca de lo que somos y seguramente nos diga muy poco para enfocar el sentido de nuestras vidas. Es más, es altamente probable que, sin una mirada profunda acerca de lo que somos, sea nuestro falso ego (al que también podemos ver como una “parcela narcisista”[1] de nosotros mismos) el que nos instrumentalice tratando de “explotar nuestro talento”, de tal modo que así seamos nosotros quienes nos autoexplotemos. O bien, si no lo hacemos nosotros mismos, hay grandes posibilidades de que sea otro el que se encargue de encontrar la vía para exprimirnos para sus propios fines. Situación que veo mucho más arriesgada cuando se “orienta” a los niños en el desarrollo de su potencial desde ciertas organizaciones que no tienen fines precisamente altruistas. 

El darnos cuenta de que la detección de altas capacidades refleja solo un aspecto de nuestra existencia puede posibilitar el que nos busquemos más allá de esta identificación, con más profundidad, haciendo un trabajo interior para discernir los valores con los que queremos identificarnos, para llegar así a ser el tipo de persona que queremos llegar a ser, haciéndonos la pregunta de si queremos aportar algo valioso y constructivo al mundo, y no que nuestra propia vanidad nos esclavice en pos de un éxito que puede llegar a ser una esclavitud que nos aleje de nosotros mismos.

El marco de sentido que aporta saber sobre las propias altas capacidades realmente no nos trae todas las respuestas para orientar nuestra existencia y autocomprensión. Aporta algo, pero no nos permite saber quienes somos integralmente. Aparte de que, lo que nos identifica, también tiene que ver con la integración de diversos factores internos (no solo cognitivos) y con establecer una cierta relación armónica con el mundo que nos rodea. Esa relación con el mundo también implica una llamada a la responsabilidad personal. Como explica el experto en el tema de las ACI, Robert Sternberg en un texto titulado “Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not”[2], es preciso que las personas superdotadas aporten al bien común a través de una superdotación transformacional (enfocada en mejorar nuestro mundo), y no desde una superdotación transaccional (que sería la que solamente se enfoca en un intercambio interesado de intereses, desde el despliegue del éxito personal). Esta última tendría finalidades egocéntricas y utilitaristas, que implicarían altas probabilidades de irse pasando al lado oscuro. Nuevamente es Sternberg quien ha puesto de manifiesto esta peliaguda cuestión sobre los riesgos potenciales de pervertir la capacidad en su artículo “The vexing problem of dark giftedness”[3].

El riesgo de pasarse al lado oscuro me parece que es mayor cuando creemos que solo SOMOS superdotados o personas de altas capacidades y no que simplemente son herramientas que tenemos y que son una parte de nosotros. No somos intrínseca y esencialmente eso. Yo puedo tener ACI, pero esta etiqueta no dice quién soy yo. Aunque comprender lo que esto supone aporte algo importante a la vivencia de mi propio ser y a mi manera de estar en el mundo, yo no considero que mi identidad completa esté configurada esencialmente por mis altas capacidades. Solo soy un ser humano más, que dispone de ciertas herramientas cognitivas que ayudan a funcionar cognitivamente mejor que otros. Esas herramientas son medios, no son mi ser, ni delimitan mis fines. Mi propio ser, en todo caso, puede configurar la finalidad y la actitud con la que las utilizo. Si un día me doy un golpe en la cabeza o he dormido mal y esto me impide pensar con rapidez y con claridad seguiré siendo yo misma, un poco mermada, pero mi persona será la misma esencialmente, aunque tenga una menor capacidad cognitiva en acción.

Una cuestión en la que quiero incidir, con respecto al riesgo de pasarnos al “lado oscuro” como consecuencia de identificarnos con las altas capacidades y el éxito que nos puedan aportar, tiene que ver con que nuestro ego tramposo es muy aficionado a quererse identificar con cualquier aspecto o cualidad que tengamos. Por culpa del ambiente narcisista imperante en nuestra cultura estamos influenciados para creer que somo lo que tenemos, lo que aparentamos o lo que conseguimos (fama, belleza, dinero, curriculum, posesiones, inteligencia, etc.). El riesgo de identificarnos con una de nuestras dimensiones parciales es mayor cuando tenemos una cualidad en la que destacamos más que los demás. En estos casos nuestra “parcela narcisista”, estaría ávida de identificarse con aquello en lo que pueda sobresalir, para compensar así diversas inseguridades o limitaciones a las que no nos resulta agradable mirar. Por culpa de esa dimensión egoica egocéntrica, las personas con belleza se creen que son su belleza y se derrumban cuando envejecen, quienes tienen dinero se sienten superiores por sus posesiones, quienes han conseguido títulos académicos confunden estos títulos con su verdadera identidad y los más inteligentes corren el riesgo de pensar que son más valiosos que otros por sus mejores capacidades. En estos casos, el problema de la identificación con algo parcial les llevaría a caer en una falsa identificación de su persona, que en el caso de las ACI no sería nada más que un conjunto de herramientas cognitivas más potentes. Esta situación puede llevarles, paradójicamente, hacia el abismo de una profunda ignorancia acerca de su propio ser desde una percepción reduccionista de sí mismos, en la que no sabrían mucho acerca del tipo de persona que son realmente. 

En ocasiones, veo que las personas muy inteligentes se quedan atrapadas en un personaje intelectual que les aporta identidad y la sensación de seguridad en su percepción de sí mismos desde un halo de superioridad. En este caso, la falsa identificación con esas capacidades en las que se ven superiores les hace subirse a un pedestal construido solamente con humo narcisista. Un narcisismo que se exacerbaría porque la actitud de superioridad les haría separarse del resto, excepto cuando se relacionan con los de la misma élite intelectual. No niego la importancia de encontrar a personas con capacidades similares a las nuestras y la mayor facilidad de comprensión mutua en estos casos, pero sin valores, inquietudes y finalidades similares para la vida, finalmente el virtuosismo intelectual compartido me parece que aporta bastante poco y que puede incrementar el riesgo de deslizarnos al lado oscuro narcisista, al contemplarnos embelesados en el reflejo de alguien que consideramos similar a nosotros. 

De la excesiva identificación con la propia capacidad desde el egocentrismo personal pueden surgir líderes narcisistas que, de forma manipuladora y, e incluso visionaria, tienen una elevada destructividad para los demás. La superioridad intelectual puede ser usada destructivamente así por personas inmaduras para compensar sentimientos de inseguridad, desde esa mirada de “soy superdotado” o “soy más” en cualquier cosa.  

En el otro extremo de estas actitudes estaría otro tipo de ego narcisista más sutil; un ego victimista que es el que aparece cuando a una persona superdotada no le ha ido bien con sus capacidades, por haber sufrido bullying, incomprensión y otros tipos de ataques por sus características más sobresalientes. Sin negar la gravedad de estos hechos y sin perder ni un ápice de empatía por quién sufre estas situaciones, es preciso tener presente que el lado victimizado de alguien puede activar un narcisismo victimista, que le aportaría identidad a través de una identificación parcial con la parte en la que uno ha sido dañado, impidiendo ver toda la riqueza interior de la que se dispone. De este modo, viviría a través de un "ego víctima" que le haría vivir a través de un sufrimiento muy intenso derivado de las experiencias pasadas. Nuevamente una identificación con elementos parciales de uno mismo impediría ser lo que uno es de un modo más completo.

Otro riesgo que veo en esta identificación masiva de nuestro yo con ser superdotados es cuando llegamos a creer que solamente podemos entablar amistad con personas que pertenecen a esta misma élite intelectual. Haciendo una analogía, quizás un poco simple, sería como si alguien que tiene un Ferrari pensara que solo puede ser amigo de quienes también tengan un Ferrari. Cuando quizás lo importante fuera comprobar si con otros conductores se pueden tener metas y recorridos comunes. Lamentablemente, a veces podemos quedarnos contemplando vanidosamente nuestros respectivos Ferraris porque nos hacen sentir especiales y únicos. Volviendo al tema de las altas capacidades, creo que podemos tener el riesgo de pensar que por fin encontraremos el Santo Grial de la amistad en grupos en los que están otros superdotados, como si por fin hallásemos a los de la propia especie. Es cierto que puede ser más fácil comprendernos con personas de un nivel similar de capacidades, pero también pueden darse conflictos más enrevesados, cuando las orientaciones vitales o los valores de fondo son muy distintos. Así que, seguramente nos podemos encontrar con grandes frustraciones en quienes después de haberse afiliado a asociaciones de superdotados no han hallado allí a los grandes amigos de su vida. Hay que aclarar que a veces sí se dan encuentros muy satisfactorios y valiosos en estos grupos, pero no necesariamente solo por tener alta capacidad, sino porque haya otros elementos profundos que se comparten y que se comunican en un idioma similar que es el de las altas capacidades intelectuales. Algunos mencionan que lo que más les ha frustrado en esos grupos de superdotados es la competitividad, las batallas intelectuales entre egos sabiondos que no se escuchan y que resultan bastante insoportables las exhibiciones narcisistas de las capacidades de unos y de otros. Lo que llega a agravarse por el “efecto halo” en el que algunos se instalan, que genera la distorsión de sentirse experto en algo por el hecho de haber leído bastante sobre un tema, sin tener suficiente base para comprenderlo a fondo. 

Entrar en un mundo de superdotados no significa entrar en un mundo Disney de unicornios y de cebras de colores que viven constantemente en estados bondadosos y beatíficos. A veces puede incluso suceder lo contrario. En estos ambientes encontramos a personas de todos los espectros morales. Y en algunos casos más extremos también podemos encontrarnos con narcisistas patológicos e incluso con psicópatas. De lo que podemos deducir que solamente la capacidad no pone de manifiesto las actitudes y los valores de alguien. 

Para que nadie se sienta ofendido por mis reflexiones, recuerdo que estoy hablando del “riesgo de pasarse al lado oscuro” (aquí no hablo de todos los aspectos luminosos de la superdotación, que también los hay). Resumiendo lo expuesto, el riesgo mencionado tiene que ver con una identificación de lo que somos con algo parcial que tenemos (alto CI), con la delimitación de un tipo de tribu con la que nos podemos identificar creyéndonos los miembros de una élite superior y finalmente acabar separados del resto de la humanidad, a la que no hay un especial interés en comprender o ayudar, porque por fin uno está con los “suyos”. Quizás las mentes más maléficas estén pensando en cómo crear sectas para captar a superdotados y explotarlos eficazmente, ¿o ya existen?

Quizás una salida a todas estas trampas egoicas esté en relación con el cultivo de ciertos valores humanos, con la reflexión honesta y sincera acerca de lo que somos y con enfocarnos con una actitud constructiva con el mundo que nos rodea (como puso de manifiesto el psiquiatra Viktor Frankl, desde la actitud es desde donde podemos poner de manifiesto nuestra libertad para actuar de la mejor forma posible). En este tema, el cultivar una metainteligencia, más allá de las capacidades y viéndolas globalmente, sin identificarnos con ellas, quizás ayude a establecer mejor cuál es la finalidad y el sentido de nuestras vidas. En todo ello, un proceso honesto de autoconocimiento sería esencial para desarrollar una sabiduría acorde con la realidad y con lo que somos realmente. En este sentido, considero imprescindible leer con atención la inscripción que se hallaba en el interior del templo de Apolo en Delfos:

“Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.

 

Este conocimiento de nosotros mismos nos ayudaría a captar y comprendernos mejor y a detectar mejor nuestros sesgos para percibir el mundo cómo es. Comprendemos a otros en la medida que somos más conscientes de nosotros mismos. El cultivo de esa consciencia implicaría el desarrollo de una visión adecuada sobre la realidad, que aporta un realismo superior al de la mera capacidad intelectual (que actuaría como aliada e instrumento de la consciencia) y nos aporta la adquisición de más sabiduría. No parece posible lograr mucha sabiduría sin un cierto grado de autoconomiento. Esa mayor consciencia nos puede llevar a asumir una mayor responsabilidad ante lo que nos sucede a todos, mejorando nuestra realidad. 

 

Finalmente, tras pasar por estas reflexiones, he llegado a la conclusión de que tan importante es la identificación de tener altas capacidades como la “desidentificación” de las mismas, en el sentido de percibirlas como una serie de características que aportan elementos importantes a ciertas dimensiones de nuestro ser, pero que no definen todo lo que somos, que no nos hacen superiores y que el tenerlas, en todo caso, nos pone delante la responsabilidad de cultivar nuestra consciencia y sabiduría [4] para buscar cuál es el mejor uso que podemos darles, ojalá a través del amor a nuestros semejantes y desde la humildad de ser conscientes de que somos igual de humanos que cualquiera, a la vez que somos distintos. Creo que el mirar más allá de nosotros mismos y a través de todo lo que somos, después de descubrirnos en nuestras facetas ACI, nos puede permitir ser más conscientes de nuestro funcionamiento y de nuestras habilidades, pero en ningún caso nos aporta superioridad, mayor valía o nos hace personas mejores. Esto último, más bien depende del desarrollo de una consciencia más profunda y amplia que nos permita estar más sintonizados con quienes somos. Las ACI nos configuran y nos condicionan, pero lo que somos en el fondo parece tener más que ver con lo que decidimos hacer de nosotros mismos. Al menos podemos intentarlo.


Notas: 

[1] En un libro anterior he desarrollado más ideas acerca del narcisismo y de cómo se configura y nos afecta este narcisismo parcial, que puede estar en todos, y al que he llamado “parcela narcisista”: Rodríguez Fernández, M. (2021). Más allá de narcisismo espiritual. Desclée de Brouwer.
[2] Sternberg, R.J. (2022). Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not. In: Sternberg, R.J., Ambrose, D., Karami, S. (eds) The Palgrave Handbook of Transformational Giftedness for Education. Palgrave Macmillan, Cham.
[3] Sternberg, R.J. (2022). The vexing problem of dark giftedness. Gifted Education International, 0 (0) ,1–21.
[4] Robert Sternberg ha desarrollado varios trabajos en los que señala la importancia de cultivar la sabiduría, para lograr un desarrollo adecuado de la inteligencia. Recomiendo su lectura.


viernes, 10 de noviembre de 2023

Sueño. Poesía

 



SUEÑO

Me gustaría regalarte mis largas tardes compartidas sentada frente a la estufa de leña entre bosques de árboles milenarios
Tardes de mate conversado con gente de la tierra
Regalarte las sonrisas de los huilliches soñadores a través de mi mirada
Escuchar sus historias, acomodarte en sus añoranzas
¡Cómo me gustaría tenerte sobre en mi regazo y que sintieras todo eso que yo siento!
El calor desgarrador de almas soñadoras
Las ilusiones lejanas de los primeros moradores de la tierra
Historias compartidas de mi gente, de gente maltratada por la sangre de su sangre
Me gustaría regalártelas
Como me gustaría
.
.
.
Poema XVII
Palabras inertes. Un sueño en el camino
M. J. Castillejo 

martes, 7 de noviembre de 2023

Colisión

Cerramos los ojos
Tú en tu mundo
yo en el mío
Y una infinidad de partículas colisionaron en los confines del desordenado universo

domingo, 5 de noviembre de 2023

La materia oscura no es oscura, mejor llamarla materia invisible, transparente o clara

https://elpais.com/ciencia/2023-11-04/la-materia-oscura-no-es-oscura-mejor-llamarla-materia-invisible-transparente-o-clara.html
La materia oscura no es oscura, mejor llamarla materia invisible, transparente o clara
Este artículo es un fragmento del libro ‘El cosmos desordenado’, de Chanda Prescod-Weinstein, en el que describe lo poco que se sabe sobre la mayor parte del universo.
Algunas partículas sirven como bloques de construcción, pero hay otras, como el neutrino, que son principalmente partículas del fin de los tiempos. No, no me refiero al apocalipsis cristiano: quiero decir que son, de manera literal, un producto de desintegración común en el universo. De hecho, Wolfgang Pauli planteó la hipótesis de la existencia de los neutrinos en 1931 porque las cuentas de determinadas desintegraciones radioactivas no cuadraban, y una buena manera de justificar la energía faltante era suponer que la responsable de llevársela fuese una partícula que todavía no había sido detectada. Poco después de la propuesta de Pauli, Enrico Fermi desarrolló una teoría de la desintegración radioactiva que contemplaba estas partículas, y les dio el nombre de “neutrinos”, que en italiano significa “pequeño neutrón”. Casi treinta años después de aquella primera hipótesis, Clyde L. Cowan y Frederick Reines los observaron por primera vez en lo que se conoce como el experimento del neutrino de Cowan y Reines, realizado en el reactor nuclear de Savannah River (Carolina del Sur). Los experimentos probaron la teoría de que, cuando un antineutrino como los que se generaban en un reactor nuclear interaccionaba con un protón, la reacción daba lugar a un neutrón y un positrón. El positrón, la antipartícula del electrón, entraba a continuación en contacto con este y se destruía, proceso en el que emitía dos partículas de luz de alta energía: rayos gamma. Los experimentos que llevaron a cabo en Savannah River sirvieron para detectar estos rayos gamma y los neutrones resultantes. La combinación única de dos rayos gamma y un neutrón dejaba claro que el reactor había producido un antineutrino y, de este modo, había puesto en marcha toda la secuencia de acontecimientos.
Además de difíciles de detectar, los neutrinos son algo fabuloso. No tienen carga, pero cada tipo se asocia a una pareja leptónica cargada. Esto significa que se presentan en tres sabores: el neutrino electrónico, el neutrino muónico y el neutrino tauónico. Tardamos casi cincuenta años en averiguar que los neutrinos tenían masa. Yo estaba en el último curso del instituto cuando se hizo pública la revelación. Dado que su masa es tan pequeña, son perpetuamente lo que llamamos “partículas relativistas”. Pueden desplazarse a velocidades próximas al límite universal —la velocidad de la luz—, por lo que son muy eficaces a la hora de llevarse la energía de, por ejemplo, un escenario de desintegración nuclear. Es esta característica la que hace que los neutrinos posean un tremendo interés no solo desde el punto de vista de la física de partículas, sino de la astrofísica. Uno de los lugares en los que se generan neutrinos son las estrellas, que los producen en grandes cantidades cuando estallan; un fenómeno conocido como supernova. De ahí que recurramos a los neutrinos, así como a los fotones —partículas de luz— y a las ondulaciones en el espacio-tiempo —las ondas gravitatorias—, para estudiar el universo. Seguimos sin estar seguros de cuál es la masa del neutrino y tampoco sabemos explicar por qué su masa es extremadamente pequeña, pero aun así mayor que cero. Todo nuestro conocimiento de la física nos lleva a esperar que la masa sea o bien cero, o bien algo de tamaño considerable, así que por un tiempo, como no sabíamos nada de su masa ni si poseían masa alguna, creímos que los neutrinos eran algo llamado materia oscura. Hace apenas una década, más o menos, que tenemos la certeza de que no son lo bastante pesados, y esto nos deja una incógnita sobre la mesa: ¿qué diantres es la materia oscura.
Empecemos por aquí: la materia oscura no tiene por qué ser real. El término lo acuñó en 1906 Henri Poincaré, que la bautizó como matière obscure. Veintidós años antes, en 1884, el astrónomo inglés lord Kelvin había planteado la teoría de que “muchas de nuestras estrellas, puede que la inmensa mayoría, sean cuerpos oscuros”. En la década de 1920, los astrónomos holandeses Jacobus Kapteyn y Jan Oort postularon también la presencia de algo parecido a la matière obscure a partir de sus observaciones de las estrellas de la Vía Láctea y otras vecinas galácticas. En 1933, el astrofísico suizo Fritz Zwicky afirmó que había pruebas de lo que denominó en alemán dunkle Materie, basándose esta vez en las observaciones de los cúmulos estelares. Más pruebas llegaron de la mano del astrónomo estadounidense Horace Babcock en 1939, y a esas alturas el nombre “materia oscura” había calado ya; pese a que no tenía sentido, porque el problema no era que fuese oscura, sino más bien que era imperceptible, invisible.

La distinción es relevante si tenemos en cuenta la primera prueba verdaderamente significativa de la existencia de la matière obscure, que llegó en las décadas de 1960 y 1970 gracias en gran parte al uso creativo que hizo Vera Rubin de un espectrógrafo nuevo desarrollado por Kent Ford. Este espectrógrafo descompone la luz en colores distintos, y la doctora Rubin fue la primera científica que cayó en la cuenta de que podía usarse para medir la velocidad de estrellas galácticas con una exactitud sin precedentes. Los resultados mostraron que existía un desajuste notable entre la rapidez con la que las estrellas deberían rotar en torno al centro de la galaxia (si las estrellas fuesen la única materia en la galaxia) y la rapidez a la que en efecto se movían. Si toda la masa de una galaxia está contenida en estrellas y polvo, entonces, observando cuánta radiación recogemos de ambos, podemos calcular el tamaño de dicha galaxia. Hay una bonita ecuación física que nos da la correlación entre la luminosidad —el brillo— y la masa; y otra que nos da la relación entre la masa de una galaxia y la velocidad con la que orbitan alrededor de su centro las estrellas. Se trata de una de las leyes de Newton, y se enseña en el instituto. Pero en el caso de las galaxias topamos con un problema. La masa que resulta de todas las estrellas juntas, a partir de sus velocidades orbitales, no encaja con la masa calculada a partir de las medidas de luminosidad. La velocidad orbital indica que debería haber una masa mucho mayor.

Esto indica, a su vez, que falta una cantidad enorme de materia; o, dicho de otro modo, la existencia de una materia invisible. Hay otras posibles soluciones, como que nuestra teoría de la gravedad no sea correcta (entraré en ello más adelante), pero por el momento me centraré en la idea, más popular, de que necesitamos saber dónde está esa materia que falta, porque de otro modo nuestras dos series de datos, cuidadosamente recopilados, no concuerdan. Observando los movimientos en las galaxias fue como los científicos comprendieron por primera vez que el problema de la materia faltante era un verdadero y gran problema. Pero no fue el único indicio, y existen hoy en día varias discrepancias que no se pueden explicar introduciendo en la ecuación la “materia oscura”.

Todo lo que no sabemos
La materia oscura es, en esencia, un recordatorio de la cantidad de cosas que no sabemos del universo. El modelo estándar de la física de partículas no puede darle sentido a todo. Gracias a toda una serie de medidas astronómicas, creemos —es decir, la mayoría de cosmólogos y de físicos de partículas creemos— que el 80 por ciento de la materia que hay en el universo es lo que ha dado en llamarse materia oscura. Nuestra concepción actual del universo apunta a que los constituyentes de todo lo que hemos visto hasta ahora —la materia misma de la que estamos compuestos— representa solo alrededor del 20 por ciento del total del universo. El resto es materia oscura. Y si, como nos enseñó Einstein, ampliamos nuestra definición de materia para incluir en ella la energía, el desglose es aún más desolador: el 5 por ciento sería materia contemplada en el modelo estándar; el 25 por ciento, materia oscura (sea lo que sea esta); y el 70 por ciento, energía oscura. Resulta que el modelo estándar no lo es todo, a fin de cuentas. De hecho, puede que solo explique el 5 por ciento del contenido de materia-energía del universo. En otras palabras: los bariones, el modelo estándar, la materia cotidiana…, ¿nosotros? Somos rarísimos, una completa anormalidad. Y no me refiero únicamente a los físicos, me refiero a todos nosotros, incluidas las secuoyas, nuestro planeta, nuestro sistema solar entero. El espacio está en su mayor parte vacío, y las partes que no lo están parecen prácticamente llenas de un tipo de materia invisible para nosotros. No hemos averiguado todavía si hay algún modo de que nuestros instrumentos científicos se aproximen a ella; no sabemos si se trata de una clase de partícula o si hay más de mil. (...) Lo único que sabemos es que esa materia invisible es la responsable de mantener unidas nuestras galaxias, y que tiene un papel fundamental en la formación de la materia que sí podemos ver.

La pregunta más obvia que se podría hacer aquí es sencillamente por qué el modelo estándar no incluye una partícula de materia oscura. La respuesta: la estructura del modelo estándar no es decisión nuestra. Estamos sometidos a los límites de las estructuras matemáticas de nuestras teorías y de los datos experimentales. El problema con la materia oscura es que no la hemos visto jamás, y en el modelo estándar, construido en torno a lo que hemos observado, no hay lugar para algo así. Además, su mal nombre, literalmente, no ayuda con las relaciones públicas. Deberíamos llamarla más bien “materia invisible”, “materia transparente” o “materia clara”. Yo voto por materia invisible o transparente, porque lo de materia clara me recuerda una racha particularmente mala en la gestión de producto de Pepsi (para los milenials y las siguientes generaciones, baste decir que la Crystal Pepsi, también comercializada como Pepsi Clear, llegó con una campaña de marketing monstruosa —incluido un cacareado anuncio en la SuperBowl— que terminó en desastre tanto para Pepsi como para un apreciado tema de Van Halen).

Por descontado, lo primero que se planteó fue si sería posible una explicación usando las partículas del modelo estándar, y durante mucho tiempo, de hecho hasta hace muy poco, los neutrinos fueron firmes candidatos. Los neutrinos no son del todo invisibles: establecen cierta interacción con las fuerzas electromagnéticas y, en consecuencia, emiten luz; pero la interacción es tan pequeña que resultan prácticamente imperceptibles. Sin embargo, lo que he aprendido sobre los neutrinos a lo largo de la última década demuestra que no pueden representar de ninguna de las maneras el grueso de la materia invisible que buscamos, por la sencilla razón de que no tienen masa suficiente. Para responder debidamente de toda esa materia que falta, cada neutrino necesitaría contar con una masa cientos o incluso miles de veces mayor de la que tiene. En la actualidad, se considera que las investigaciones en torno a la materia oscura van “más allá de la física del modelo estándar”. Se da por hecho que esta materia invisible está formada por una partícula que no hemos observado todavía. Es, de nuevo, uno de esos problemas determinantes para un físico: puedes acabar sumergiéndote hasta tal punto que le dediques tu vida entera.


El cosmos desordenado

Título: El cosmos desordenado. Un viaje a la materia oscura, el espacio-tiempo y los sueños postergados
Autora: Chanda Prescod-Weinstein
A la venta: 6 de noviembre
Precio: 24 €
Páginas: 328 páginas
Editorial: Capitán Swing




viernes, 3 de noviembre de 2023

El dilema del erizo.El dilema del erizo es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer en la obra Parerga y paralipómena (1851).

 

Dilema del erizo

 

el dilema de los erizosEn un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.

 

Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.

 

Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío.

Micropensamiento. Las mentiras y yo

No sé mentir, elaboró una pequeña mentira durante días y cuando llega el día de decirla, me la imagino en mi mente y las palabras que salen ...