lunes, 10 de julio de 2023

Micropensamiento. Creando un mundo paralelo

¿Cómo mantener relaciones sólidas en una sociedad gaseosa? ¿Y qué pasa con nuestra identidad?. 
Vivir en una incertidumbre continua, no es vivir, es sobrevivír y esa supervivencia nos hace inestables emocionales, ansiosos, con tendencia a las autolesiones, seres solitarios, tristes y futuros suicidas.
Autoengañarnos ...
Creando un mundo paralelo
En Chusilandia se vive mejor 
 

miércoles, 5 de julio de 2023

La sociedad paliativa: el nuevo libro de Byung-Chul Han. Por Melina Schweizer

Pressenza
Español 

La sociedad paliativa: el nuevo libro de Byung-Chul Han
11.09.21 - Sur Corea - Afroféminas
Por Melina Schweizer

“La Sociedad Paliativa” es el nuevo libro del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, cuya propuesta central está basada en la fobia al dolor, desarrollando la idea, que en la sociedad actual ya no hay espacio para el sufrimiento debido a que el dolor ha sido despolitizado, convirtiéndose en un asunto privado y meramente médico en donde la nueva fórmula de dominación social es “sé feliz”.

El filósofo Byung-Chul Han en su último libro nos introduce en el concepto de la algofobia o miedo excesivo al dolor, para ello, el autor nos habla sobre lo que él denomina la “sociedad paliativa”, una sociedad extremadamente positiva cuyos lemas son diversidad, comunidad, compartir, igualdad de derecho, en donde desaparece lo otro en tanto enemigo. En este tipo de sociedad la información y el capital alcanzan su máxima aceleración debido a que los componentes sociales están atomizados, es por esto que, Han nos advierte que la negatividad no tiene cabida en la sociedad neoliberal del rendimiento, debido a que se nos ha inculcado que nosotros solo competimos con nosotros mismos.

Sin embargo, el autor también reflexiona sobre la pandemia, la política, la cultura, las comunicaciones y la economía, por lo que empieza señalando que hoy impera en la sociedad del “me gusta”, una fobia al dolor, un injustificado miedo al sufrimiento, en donde la tolerancia al mismo disminuye, por lo que cada vez, hay menos espacio para el conflicto, la crítica o los cambios profundos, menos espacio para la revolución.

Algofobia y política

Para Han la algofobia o el medio al dolor, también ha alcanzado a la política aumentando la presión por alcanzar acuerdos y consensos, lo que termina ubicando a la misma en una suerte de zona paliativa en donde pierda toda vitalidad a causa de esto el difuso centro se ha convertido en un lugar paliativo de la política donde la falta de alternativa opera como un analgésico, entonces lo que se genera es un estado de democracia paliativa, una especie de post-democracia en donde los políticos huyen de los conflictos. Asimismo, nos expone que las políticas paliativas no son capaces de hacer reformas profundas, porque estas necesitan de acciones dolorosas, por lo que remata diciendo que se trata de una política incapaz de enfrentarse al dolor, constituyéndose finalmente en una continuidad de lo mismo, en la que impera la positividad absoluta eliminando el dolor.

La psicología positiva y su ideología de la resiliencia

Para Han la psicología actual está mayoritariamente centrada en la premisa de la reafirmación, por lo que carece de la capacidad de ocuparse de lo que causa el sufrimiento. De una psicología del sufrimiento pasamos a una psicología positiva que se ocupa del bienestar y de la felicidad, evitando a toda costa, el pensamiento negativo, y es allí donde surge la ideología general de la resiliencia.

La ideología de la resiliencia toma las experiencias traumáticas como potenciadoras del rendimiento, en donde el entrenamiento de la resiliencia puede convertir al ser humano en un ser de rendimiento e insensible al dolor y continuamente feliz.

Entonces, el sufrimiento externo del cual es responsable la sociedad,se privatiza y se convierte en un asunto psicológico interno, por eso lo que hay que mejorar ahora no es a la sociedad, sino al individuo, quitándole responsabilidad al Estado, a partir de esto empiezan a surgir los coach motivacionales, puesto que el dolor a sido reducido al territorio exclusivo de la farmacia, impidiendo que este se haga lenguaje y crítica.

La sociedad paliativa se inmuniza frente a la crítica con ayuda del medicamento y de los mensajes anestésicos de los medios de comunicación, además, de volver el sufrimiento un asunto privado al igual que la felicidad, en donde el sufrimiento pasa a ser resultado del fracaso propio, abriéndole las puertas a la depresión.

La felicidad pasa a ser cosificada, convirtiéndola en una suma de sensaciones positivas, que sólo es posible en fragmentos, transformándola en un confort apático.

La cultura de la complacencia

La sociedad paliativa interpreta al dolor como debilidad, como algo que debe ocultarse o eliminarse, es por eso, que hoy el dolor está impedido de expresarse, está mudo, debido a que vivimos en una cultura de la complacencia que imposibilita la catarsis, y nos sugiere que debemos ocultar nuestros dolores debajo de la alfombra de la positividad, de la complacencia que impulsa la mercantilización de la cultura.

La cultura se convierte en economía y la economía se convierte en cultura, por lo que el diseño penetra en el ámbito del arte, mezclando el arte y el consumo rompiendo la relación entre el poder y el dolor, produciendo así un cuerpo productivo y disciplinado, que en la sociedad de rendimiento neoliberal deja de ser víctima o medio de producción, para pasar a ser un cuerpo hedonista incapaz de soportar el dolor.

El dolor y su relación con la libertad

Al dolor carecer de sentido, pierde relación con el poder, por ende, el dolor se despolitiza y se convierte en un asunto médico, en donde la nueva fórmula de dominación es !sé feliz, vive hoy!. La positividad reemplaza la negatividad del dolor, debido a que ahora la motivación es alcanzar un mayor rendimiento, haciendo que el sometido ni siquiera sea consciente de su sometimiento.

Hoy las personas consideran que son libres, puesto que la libertad no se reprime, se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión más devastadora que el imperativo del deber, el régimen neoliberal del poder asume una forma positiva, en donde el poder pasa a ser elegante, y el poder elegante no duele porque se las arregla sin represión, volviendo así más seductora y positiva la sumisión disfrazada de autorrealización que simula ser libertad, pero solo es una fase que hace más invisible al represor y su poder disciplinario.

Las comunicaciones en la sociedad paliativa

Estamos constantemente incentivados a expresarnos, incluso las redes sociales nos exhortan a empoderar nuestra voz pero esta es una forma elegante de vigilancia sutil y permanente, la comunicación total acaba coincidiendo con la vigilancia total, en donde el desnudamiento pornografico de nuestras vidas acaba siendo lo mismo que la vigilancia panóptica.

En las redes sociales se promueve la felicidad, el éxito y el empoderamiento que no es más que otro dispositivo neoliberal que se encarga de que cada uno se ocupe más de sí mismo, de su propia psicología y que nadie se cuestione o critique la situación social, convirtiendo las misma en el infierno de lo igual, en una zona paliativa del bienestar por lo que no hay espacio para el dolor.

Al dolor ser expulsado de la vida online fluye entonces la realización personal, así que la comunicación alcanza su máxima velocidad, lo que actualmente denominamos como inmediatez, en donde el “me gusta” supuestamente acelera la comunicación pero, por el contrario propende al enmudecimiento, y esta propensión es lo que permite que acontezca algo totalmente distinto.

El dolor y el amor

La sociedad paliativa es una sociedad sin verdad, un infierno donde reina la indiferencia, y la igual validez de todo, en donde el dolor no tiene cabida, por eso se suelen evitar los vínculos intensos por el miedo que causan las separaciones, por lo que la idea de enamorarse sin sufrir hace desaparecer al otro como dolor y convierte el amor en consumo.

El amor como relación enfática con el otro nos invade y nos hiere, por el contrario el amor como consumo se las arregla para no sufrir, por otra parte, la sociedad paliativa genera una reducción de la capacidad de empatía porque elimina al otro como dolor, el otro es cosificado y reducido a objeto, entonces el otro como objeto no duele, por lo que no podemos percibir al otro en su alteridad, y una vez que el otro es privado de su alteridad, ya solo se lo puede consumir.

El virus y la sociedad paliativa

La sociedad paliativa al estar privada del dolor convierte el mundo en un lugar irreal, en una época post-fáctica en donde el ser humano siente una apatía por la realidad, incluso una anestesia para la realidad solo nos puede sacar una dolorosa conmoción causada por la realidad, quizás ese es el efecto de pánico y shock que nos ha generado el virus, debido a que este vuelve a poner enfrente de nosotros el miedo y al dolor en el centro.

La sociedad liberal está fracasando en su lucha contra el virus lo que acabará poniendo en evidencia que para combatir la pandemia conviene poner la vista en un enemigo particular “la vigilancia biopolítica”. No debemos olvidar que el régimen totalitario de la vigilancia digital socava con sus rasgos totalitarios la idea liberal de libertad degradando a la persona humana a un juego de datos.

El capitalismo se está convirtiendo en un capitalismo de vigilancia, porque la vigilancia genera riqueza. La psicopolítica de la Big Data nos arroja una crisis de libertad porque la vigilancia digital no se detuvo durante esta pandemia, por el contrario este shock pandémico acabará provocando la instauración de un régimen total biopolítico que garantice el acceso al cuerpo de las personas.

El hombre paliativo neoliberal no es un defensor de la democracia liberal porque el confort representa para él un valor superior al que representa la libertad. Al producirse en masa un hombre atomizado incapaz de soportar el dolor se buscará crear un hombre nuevo, un hombre transhumano, cuyo objetivo es alcanzar una sublime felicidad, en donde no habrá espacio para el aburrimiento, y cuya vida será indolora, por lo que dejaremos de ser humanos.

Muerte y dolor van juntos, el dolor se anticipa a la muerte, quien pretende erradicar el dolor tendrá que eliminar a la muerte, y una vida sin dolor y sin muerte ya no es una vida humana.

*Periodista Dominico-Argentina, ciudadana y libre pensandora

martes, 4 de julio de 2023

LA MEDIOCRIDAD ES EL TRIUNFO

LA MEDIOCRIDAD ES EL TRIUNFO

Una nueva pandemia parece haber llegado hasta nosotros: la implacable ola de lo mediocre.

06 
AGO
2021

Artículo

Convierta esa sonrisa encantadora en una mueca; guárdese sus ideas brillantes, ya no interesan; no trate de ser gracioso ni destape su carisma, carecen de público alguno; su talento, su virtuosismo, su destreza para cualquier disciplina no puntúan, ni asombran, ni fascinan: es la sombra de la mediocridad. Bienvenido al imperio de los mediocres. No se trata de otra distopía más, sino de una hipótesis que viene de antiguo, y que formuló como tal en la década de los sesenta el pedagogo canadiense Laurence J. Peter: «con el tiempo, todo puesto acaba siendo desempeñado por alguien incompetente para sus obligaciones». Esto se explica porque al ascender a un trabajador eficiente se le concede unos cometidos para los que no está preparado. Se conoce como el «principio de Peter».

¿Quién no ha tenido alguna vez la sospecha de que los mediocres gobiernan el mundo? Trump, Bolsonaro, Kim Jong-un, Berlusconi… Hace un par de años, otro canadiense, el filósofo Alain Deneault, volvió a analizar el asunto en el ensayo Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder. La conclusión, terrorífica: según el momento, cada cual acata las normas imperantes, sin cuestionarlas, con el único propósito de mantener su posición, o bien las sortea de manera taimada sin que trascienda que no es capaz de respetarlas. Solo estas dos actitudes se enfilan hacia la esfera de poder. Nada más lejos que aquel camino del exceso que conducía, según William Blake, al palacio de la sabiduría.

Para Deneault no hay ámbito libre de mediocridad: académico, político, jurídico, económico, mediático o cultural. Cualquiera de ellos tiene a un mediocre por auriga. Al igual que aquello propuesto por Platón del gobierno de los mejores, la aristocracia, pero al revés. En lo público, como en lo privado. Para el canadiense, lo que procede y triunfa en estos tiempos son los argumentos que confirmen las teorías ya existentes, y evitar críticas o plantear soluciones arriesgadas, mucho menos originales. Porque ya no importa «la relevancia espiritual de las propuestas». Tampoco en lo económico, al fin y al cabo, recuerda el autor que el dinero nos pervierte, y «concentra la actividad de la mente en un medio que le hace perder toda conciencia sensorial de la diversidad del mundo».

Ni siquiera lo cultural escapa de la epidemia mediocre. ¿Cuántas veces hemos escuchado o pronunciado la frase «es más de lo mismo»? Deneault recoge la reflexión de Herbert Marcuse a propósito de la perversión de un sistema en el que patrón y obrero disfrutan con los mismos contenidos. Algo falla. No tanto que se diluyan o eliminen las clases sociales como que ambos legitiman los principios que sustentan el sistema.

Se trata de no destacar si queremos llegar a ser alguien. Con mucha retranca, el escritor Somerset Maugham decía que «solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento». No actúa y, por tanto, no se equivoca. No contradice y, por tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. No enjuicia y, por tanto, obedece.

En 1961,  Kurt Vonnegut, autor norteamericano de ciencia ficción, firmó el relato Harrison Bergeron, un texto distópico y satírico que comienza diciendo: «En el año 2081, todos los hombres eran al fin iguales. No solo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos». Para evitar que ningún ciudadano destacase, las autoridades ejercían la violencia sobre ellos. «George, como su inteligencia estaba por encima de lo normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente, enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros».

Todo parece indicar que si la voz de Dios sonara de nuevo, poderosa, atronadora, recia como aquella vez en que creó el mundo, acaso hoy dijera, resignado: «Mediocres del mundo, ¡yo os absuelvo.

Micropensamiento. Las mentiras y yo

No sé mentir, elaboró una pequeña mentira durante días y cuando llega el día de decirla, me la imagino en mi mente y las palabras que salen ...