Publicado el 24 noviembre, 2020por José Luis
Hace un tiempo leí un artículo donde enlazaban con un modesto estudio que sugería cierta relación entre la mente rumiante y la alta inteligencia. En concreto: Existe eso sí, un riesgo y una predisposición a la preocupación excesiva, a la auto-crítica y percibir la realidad de un modo muy sesgado, tendente a la negatividad. Estudios como el llevado a cabo por Alexander Penney, de la Universidad de Lakhead, Canadá, nos señalan que las personas inteligentes se caracterizan sobre todo por tener una “mente rumiante”.
En realidad, el título del artículo comienza con una pregunta, no con una afirmación: Is the worrying and ruminating mind a more intelligent mind? (¿La mente preocupada y rumiante es una mente más inteligente?). Y en su interior se matiza la relación: El presente estudio examinó las relaciones entre la inteligencia verbal y no verbal y los síntomas y cogniciones de los trastornos emocionales. Aunque solo se encontraron pequeñas correlaciones positivas entre la inteligencia verbal y los síntomas del TAG y la depresión, surgieron asociaciones positivas entre la inteligencia verbal y la preocupación y la rumia y una asociación negativa entre la inteligencia no verbal y el procesamiento posterior al evento. Se necesitan estudios futuros para proporcionar una explicación e interpretación exhaustivas de las relaciones entre estos procesos cognitivos y la inteligencia. Sin embargo, estos resultados preliminares indican que una mente preocupada y rumiante es una mente más inteligente verbalmente; una mente socialmente reflexiva, sin embargo, podría ser menos capaz de procesar información no verbal. Con palabras sencillas: la mente rumiante se relaciona bastante con una mayor inteligencia verbal y muy poco con la inteligencia no verbal.
Inteligencia verbal
La Inteligencia verbal o lingüística hace referencia a la capacidad de usar las palabras de manera efectiva, en forma oral o escrita. Incluye la habilidad en el uso de la sintaxis, la fonética, la semántica y los usos pragmáticos del lenguaje (la retórica, la mnemónica, la explicación y el metalenguaje). Un alto nivel de esta inteligencia se ve en escritores, poetas, periodistas, oradores, entre otros. Según Reynolds y Kamphaus, es concebida como el razonamiento verbal y refleja principalmente las funciones intelectuales cristalizadas (León, Amaya y Orozco, 2012) dado que el individuo tiene la capacidad de usar las palabras y los conceptos verbales de manera apropiada (Ardila, 2011). Méndez Coca, en consonancia con lo anterior, también afirma que su campo se extiende desde la semántica, la fonología y la sintaxis hasta el habla poética, lírica, etc. […] Este tipo de inteligencia representa el elemento más importante para comunicarse con el prójimo, no todas las personas utilizan plenamente este potencial, por carecer de habilidad para manejar un vocabulario rico en contenidos.
Inteligencia no verbal
Enmarcada dentro de la inteligencia fluida, se define por el uso intencionado de diversas operaciones mentales en la resolución de problemas nuevos, incluye la formación de conceptos e inferencias, clasificación, generación y evaluación de hipótesis, identificación de relaciones, comprensión de implicaciones, extrapolación y transformación de información.
Cattel y Horn decían que La inteligencia fluida se refiere a la eficiencia mental, esencialmente no verbal y con relativa independencia de la cultura, mientras que la inteligencia cristalizada está relacionada con las habilidades y el conocimiento adquiridos, cuyo desarrollo depende de gran medida de la exposición a la cultura.
Si analizamos un ejemplo concreto lo veremos con más claridad. La nueva versión de la batería de pruebas de inteligencia para niños y jóvenes, la WISC-V, contiene cinco índices primarios: Comprensión verbal, Visoespacial, Razonamiento fluido, Memoria de trabajo y Velocidad de Procesamiento. Derivado de su aplicación y correcta interpretación se extrae una noción de «mayor inteligencia» bastante más completa de la que se podría deducir de alguien con una elevada inteligencia verbal a secas.
En resumen, que el pensamiento rumiante no se puede asociar directa y completamente a las altas capacidades intelectuales en toda su complejidad.
No obstante, y como se puede dar con relativa frecuencia, intensidad y duración (clave FID) en bastantes personas dentro del colectivo creo que es importante acercarnos un poco más a este constructo de la mente rumiante.
PENSAMIENTOS RUMIANTES
Según el psiquiatra Christophe André: “Rumiar es centrarse, de manera repetida, circular y estéril en las causas, los significados y las consecuencias de nuestros problemas, nuestra situación y nuestro estado de ánimo.
Al rumiar creemos que estamos reflexionando pero, en realidad, no hacemos más que enredarnos y hundirnos. Rumiar amplifica los problemas y el sufrimiento y reduce el espacio mental que debe ocupar el resto de la vida (en especial para lo bueno y los instantes felices).
Y, sobre todo, pone en marcha reflejos y hábitos negativos, puesto que frente a las dificultades, les damos vueltas sin parar, en lugar de resolverlas (aunque sea con imperfecciones) o tolerarlas, siguiendo a pesar de todo con nuestra vida”
Quotes about Scenarios (106 quotes)
Este patrón mental se asemeja mucho a lo que describí hace años en la entrada de la Madeja mental y que se representaba gráficamente con estas dos imágenes:
¿Qué ocurre cuando no controlamos el tráfico de pensamientos recurrentes sobre las mismas cosas? Pues que nuestro nivel de obsesión por solucionar el problema interno que nos genera aumenta sustancialmente. Tratar de frenar un pensamiento repetitivo con la misma herramienta que lo originó es garantía de fracaso.
Se da por sentado que una persona inteligente lo es porque tiene la habilidad de encontrar soluciones a todos los problemas con los que se encuentra. Con estas gafas de ‘ver’ es lógico esperar que no se dé con especial frecuencia el pensamiento rumiante dentro del colectivo. Nada más lejos de la realidad. Sobre todo porque no se comprende que esa impericia en la gestión cognitiva se produce más por una escasa consciencia (regulación del tráfico) y no por falta de recursos intelectuales (número de vehículos). En la autovía de nuestra conciencia se producen en más ocasiones de las deseadas múltiples atascos o accidentes producto de la escasa atención que le solemos prestar a nuestras alertas internas.
CÓMO REDUCIR LOS PENSAMIENTOS RUMIANTES
Pero como todo esto tiene solución o, como premio de consolación una notable reducción de sus perniciosos efectos, podemos tener en cuenta algunos consejos para afrontar el reto que nos presenta una mente rumiante. En esta página encontramos algunos que pueden ser de tu interés:
«Para tratar el pensamiento rumiante, la primera solución consiste en actuar sobre las causas externas. Si la persona sufre debido a un conflicto real en el trabajo o en el seno de la pareja, es básico atacar de raíz el problema. Tomar medicamentos en este tipo de situaciones sería lo peor, pero es que en este caso concreto las soluciones naturales (plantas, terapia comportamental…) tampoco van a funcionar.
Lo mismo ocurre si el pensamiento rumiante viene provocado por un estado de salud deteriorado o por los dolores que provoca una enfermedad física o incluso un trastorno obsesivo compulsivo. En ese caso, por supuesto, hay que tratar la enfermedad como tal, con los tratamientos específicos.
Dicho esto, en el caso de los pensamientos rumiantes que persisten una vez se ha solucionado el problema subyacente, existen técnicas eficaces.
Tomar conciencia del carácter nefasto de dar vueltas sin parar a lo que nos preocupa. Las personas que dan demasiadas vueltas en sentido negativo a sus problemas, ya sean reales o supuestos, tienen en general la impresión de que estos pensamientos son útiles. Tienen la impresión de tener que vérselas con un verdadero problema que les exige que reflexionen sobre esta situación, en especial para dar con una solución. Entonces es imprescindible convencerlas de que el pensamiento rumiante interminable es, al contrario de lo que piensan, dañino e inútil, y que dejen de tener la falsa idea de que están haciendo algo útil cuando le dan vueltas. Una vez se hayan convencido de ello, van a poder actuar para librarse.
Rumiar de manera controlada. Esta es la primera medida que deben probar, para lo que hay que dedicar todos los días 30 minutos a rumiar los malos pensamientos. Se trata de un sistema eficaz que puso en marcha ya hace más de treinta años el psicólogo estadounidense Thomas D. Borkovec. (5)Por ello, durante 30 minutos la persona se obliga a rumiar y escribir sus malos pensamientos, los más duros, únicamente ésos y sin ningún tipo de interrupción, siempre en el mismo lugar y a la misma hora. La sesión supone también la ocasión de reflexionar sobre soluciones concretas a sus problemas o intentar contemplarlos de un modo que sean aceptables. Una vez finalizada la sesión, debe combatirse toda irrupción de malos pensamientos gritando ¡stop! pero sin suprimirlos. Sencillamente se aplazan hasta la siguiente sesión, del mismo modo que la reflexión sobre las soluciones.
Entonces llega el momento de concentrarse en el entorno real. Por ejemplo, en caso de sentimiento de fracaso profesional: “En este momento, ¿estoy fracasando en algo o, a pesar de todo, puedo aprender, perfeccionarme, superar algún desafío por pequeño que sea?” En cuanto al aspecto físico: “En este momento, ¿hay alguien que manifiestamente me esté observando ese defecto físico que tengo y le esté dando una gran importancia? ¿O ese defecto molesta sobre todo porque yo mismo me veo desagradable y, debido a ese problema, he renunciado a acercarme a los demás, mostrar mi mejor sonrisa y ser amable?” Unos ejercicios de respiración y relajación también pueden ayudar. Lo que importa es que las sesiones no tengan lugar en la cama ni por la noche para evitar que nos invadan los pensamientos negativos justo antes de dormir.
Uno de los métodos más seguros contra los pensamientos rumiantes es decidirse a evitar que nos bloqueen, y eso es lo que los psicólogos llaman “activación conductual”, por la que rechazamos obedecer las órdenes del terrorista que nos tiene la cabeza secuestrada.
Los psicólogos hablan de “la metáfora del conductor del autobús escolar”, según la cual el chófer sabe adónde quiere ir, pero detrás de él, los niños no paran de gritar: “¡Pare!”, “¡Acelere!”, “¡A la izquierda!”, cantando sin parar.
Los gritos molestan al conductor, pero avanza sin obedecer las órdenes de los diablillos. Tampoco quiere hacerlos bajar, sino que mantiene el rumbo, contra viento y marea.
El principio es esforzarse por actuar haciendo todo lo posible por ignorar al terrorista que le ha secuestrado. Esa es la mejor manera de detenerlo: no hacerle el mínimo caso. Esperar a que, espontáneamente, se desanime.
Ya sé que no es tarea fácil, pero si padece este duro problema, sepa que le ayudará.»